Exposición SIEGA, Galería Alonso Garcés, Bogotá 2018

Esta muestra es una mirada nostálgica al campo. Un campo desplazado y moldeado por un progreso incierto, pero que reaparece insistente, en la memoria al menos. La siega es abundancia, es campo abierto. Pero está lejos. Aparece en nuestra memoria, con imágenes de Van Gogh quizás, o en fotos con máquinas increíbles. Pero siempre lejos. Son dibujos de gran formato en carboncillo -mineral básico y elemental- que reconstruyen momentos e imágenes de la memoria en tonos de fotografía antigua, con una atmósfera de lluvia de paja que cae insistente. Pacas de heno –una suerte de embalaje de recuerdos-, palmas de ciudad, paisaje urbano, tractor de mi abuelo… Son elementos que recuerdan el campo opacado por un progreso que ya es olvido.

I.R.

Exposición CIUDAD FRAGMENTADA, RojoGalería, Bogotá 2013

El arte tiene la capacidad de inmortalizar los crímenes y los desastres de los políticos. Y uno de los crímenes más famosos de los últimos años en Colombia tiene el tamaño de una ciudad. En Rojo Galería (carrera 12 A No. 78-70) está una de las obras más aplastantes de los últimos tiempos. Los dibujos de Iván Rickenmann no tienen el rostro de nadie, no tienen un rótulo que diga crimen por ninguna parte y para un observador despistado pueden ser solo unos dibujos impecablemente realistas. Pero hay mucho más. Hace algunos años, Rickenmann había tomado la determinación de salir de Bogotá. Se instaló en La Calera, pero, en palabras suyas, se cansó del verde y volvió a la capital entre 2010 y 2011. Se instaló en Chapinero y se encontró -en carne viva- con el desastre urbano que había desatado Samuel Moreno Rojas. Y las imágenes empezaron a taladrar su cerebro: el horror de la calle 26, las obras públicas que parecían cráteres sin fondo hechos por bombarderos de la segunda guerra mundial, la figura desoladora de un obrero solitario en medio de escombros del tamaño de una casa. En ese momento -confiesa- no tenía taller y él -que es un pintor que adora el color y las telas- decidió tomar el dibujo como su vía de escape. Y empezó a dibujar. En el día, luego de dictar clases en la Universidad Javeriana y en los Andes, recorría la ciudad con una cámara digital de bolsillo; tomaba fotos del centro, de los edificios, de la calle 26 y de los depósitos de materiales abandonados. Imprimía las fotos, hacía una fotocopia y tomaba ese material como punto de partida. El resultado es una serie de 21 dibujos en el que se destacan piezas como un dibujo monumental -de más de 1,50 de altura- del polémico parque de la Independencia en el que se ve un desastre de grúas y maquinaria bajo la lluvia y un hombre -en una perspectiva que lo hace ver diminuto- que pasea en medio de la desolación con un paraguas; hay otra serie de tres dibujos en el que una cinta amarilla separa al espectador de un obrero que batalla prácticamente solo contra toda una avenida. La serie no solamente "evoca" a Samuel Moreno, a su hermanito y a los Nule, Rickenmann también exploró el resto de la ciudad, dibujó las esquinas de Teusaquillo, las fábricas abandonadas, el cerro de Monserrate y recuperó una escena histórica de otro tiempo: el incendio del edificio de Avianca. No se la pueden perder. Puntilla: Rickenmann no está solo en Rojo Galería. La talentosa Teresa Currea y el gran Éver Astudillo terminan de formar la 'Ciudad fragmentada' que propone el curador Andrés Gaitán.

Fernando Gómez. El Tiempo 12 de abril de 2013

Exposición RED, Galería Lalocalidad, BOGOTÁ 2010

La pintura de Ivan Rickenmann ha girado tradicionalmente alrededor de objetos cotidianos cuyos diseños no han sido necesariamente perdurables lo que les ha aportado a algunas de sus anteriores representaciones cierto aire de época, de estilo, pero cuyas funciones han sido y siguen siendo imprescindibles en la vida contemporánea. Entre los elementos que han sido objeto de sus obras se cuentan rejillas, lavadoras y teléfonos, es decir elementos que pasan desapercibidos y que no hacen gala de mayor atractivo, pero cuya utilidad es indiscutible y cuya representación creativa testimonia prioridades de estos tiempos. Insistiendo en la idea de visibilizar y reconocer ese tipo de objetos entre útiles y desapacibles y entre necesarios e incómodos, el artista se ha concentrado recientemente en el tema de los cables, de esos conductores eléctricos que no son considerados precisamente como el súmmun de la belleza, que representan un estorbo, que se esconden, pero que de todas maneras encarnan una particular estética y sin cuya colaboración la vida actual sería un verdadero despropósito. Sus funciones son sinónimo de comodidad y de eficiencia, aunque su apariencia no sea necesariamente estimulante, excepto, quizás, para algunos científicos, para algunos inventores, y desde luego, para Rickenmann. Ahora bien, si los cables por sí mismos no son especialmente atractivos, en las obras de Rickenmann su transformación es evidente. El hecho de ser representados a un tamaño diez veces el real y con tanta meticulosidad que a pesar de esta ampliación todavía se podrían tildar de hiper-realistas, llama de inmediato la atención del observador que no puede menos que interesarse en los detalles de su ejecución, de su presentación, y en los aportes del azar, todos revestidos por un solemne color negro. Tampoco puede, por supuesto, evitar internarse consciente o inconscientemente en los atributos de los cables como elementos que se podrían calificar de “democráticos” ya que sirven por igual a todo el mundo y están al alcance de la mayoría. Y si se considera, además, que los cables representados por Rickenmann para esta exposición son invariablemente coaxiales, de comunicación, entonces se enriquecen sus sugerencias dado que se trata de cables relacionados con la transmisión de pensamientos. Su obra es heredera de la desfachatez del arte Pop, de su interés en los objetos de supermercado, aunque también permite entrever algo del absurdo surrealista puesto que no es la lógica la que respalda la decisión de otorgarle protagonismo artístico a elementos tan comunes, sino la libre asociación, la asociación poética y onírica promovida por este movimiento. Los cables, inclusive cuando se encuentran representados, producen, además, cierta aprensión, cierta intuición de peligro que se incrementa con los tableros, conectores, y demás elementos eléctricos que ocasionalmente los acompañan, no siendo extraño que su presentación en manojos o racimos verticales, haya traído a la memoria a la Medusa, esa especie de monstruo femenino de cabello de serpientes que volvía de piedra –¿o electrocutaba?- a quienes la miraban. Pero no es peligro sino humor lo que transmiten sus pinturas, agudeza como testimonio y como metáfora de la vida actual modelada por el diseño industrial y la tecnología y atrapada en todo tipo de redes físicas y virtuales. La obra de Rickenmann ha ido consolidándose, adquiriendo un carácter definido y particular así como los atributos de un lenguaje plástico propio y elocuente. En ella han comenzado a evidenciarse propósitos de gran aliento y de alcances imprevistos; algo así como una autonomía de vuelo cuyos confines aun no se vislumbran. Pero por lo pronto, esta exposición no deja duda de que aun los temas más insípidos y nimios, considerados creativa y expresivamente, pueden adquirir significados que agudicen la percepción y la conciencia acerca del entorno y prelaciones de la sociedad y el hombre contemporáneos.

Eduardo Serrano, 2010

Exposición DOMINGO, Galería Diners, Bogotá 2003

En esta exposición -titulada “domingo”, ivan rickenmann ratifica su condición de observador incansable, pues hace una vez más referencia en su pintura a la búsqueda de aquellos objetos del cotidiano como: los acolchados, herrajes, perillas, y otros "referentes reconocibles" que evidencian los aspectos más banales de nuestra existencia y las acciones repetitivas a las cuales están sometidos diariamente, y que los convierten en receptores actividades de nuestras rutinas. "DOMINGO" es un nombre con connotaciones diversas y contrastadas. Por un lado, por ser el último día de la semana, es un día de descanso y esparcimiento donde se rompe con la rutina que conlleva el mundo laboral, pero también es el angustioso preámbulo del lunes y la semana que se avecina. por lo cual tiene esa extraña mezcla entre la angustia, la melancolía, la ansiedad, la nostalgia, la sensación de morir y renacer al mismo tiempo. esta idea es evidente en las pinturas de esta exposición, pues en estas se revelan todos estos aspectos contradictorios que se encierran en un mismo espacio-tiempo. En la serie "domingo" la obra está conformada por varios formatos de tamaños diversos que están instalados en la pared como fragmentos de acolchados azules que se "presentan" como un elemento plástico depurado que hace referencia por un lado, a la tapicería barroca y los muebles Luis XV, pero también podrían localizarse en el mundo contemporáneo, pues también aluden a la estética de los muebles de whiskeria que podemos encontrar en el centro de la ciudad. en un sentido más general simbolizan la idea de protección, envoltura, refugio y huida del mundo real. en las otras dos series "a fuego lento" y "tardes de domingo" los elementos como las perillas, los espaldares de las sillas y los herrajes son contrapuestos a fuertes planos de color como el azul y el gris metalizado que aluden a las cocinas industriales, el rojo, el verde y el amarillo. es así como estas imágenes que son tomadas de la realidad, del contexto cotidiano del artista son "presentadas" con una identidad estética particular que les permite habitar dentro de este espacio pictórico, atmosfera o escenogirafa que es desarrollada por el artista de manera intuitiva y controlada a la vez, donde la gama cromática, (rojos, azules, grises) los ejes y elementos compositivos permiten un diálogo entre lo abstracto y lo figurativo, lo racional y lo gestual, lo material y lo espiritual. podemos localizar la obra de ivan Rickenmann dentro de la pintura contemporánea, ya que su interés principal es hacer evidente y visible algo que ya lo es pero que no podemos ver.

ANA MARIA ZULUAGA PERNA

Exposición CIELO ROTO, Galería Diners, Bogotá 1998

La reciente exposición del artista Ivan Rickenmann, titulada Cielo roto, fue presentada en la Galeria Diners durante el mes de noviembre. Sobre los lienzos, observamos un espacio en el cual priman la pintura y el dibujo. Aquel sitio solitario, Frio, abandonado y en cierto sentido tranquilo, fue contemplado y estudiado desde diferentes puntos de vista y aproximaciones. Es así que el artista posibilita al espectador entender una manera bastante particular de percibir y de apropiarse del espacio. Los azulejos insinúan un baño, el tratamiento que les es dado hablan del paso del tiempo y de las inclemencias de este sobre las cosas. Aquel lugar abandonado se llena de una especie de pátina que quita el brillo a las cosas, las convierte casi en monocromáticas, en otras palabras, las ensucia. El ojo del artista, en esta ocasión, se asemeja al lente de una cámara fotográfica que recorre y, finalmente, se concentra en los rincones y detalles como elementos capaces de narrar aquello que resulta tan interesante como la visión general del lugar, pues también están cargados de historias que el tiempo transforma de manera inevitable. Entre las líneas que crean las baldosas se encuentran fantasmas humanos, personas que abandonan y dejan atrás los sitios que en algún momento habitaron y protagonizaron. Enfrentarse a la pintura de Rickenmann, es como visitar una casa a punto de derrumbarse, pues toca caminar despacio y mantenerse alerta. Invita a preguntarse ¿que tantas cosas han pasado por aquí? Resulta ser entonces una visita silenciosa y solitaria, llena de sorpresas reveladoras, escondidas en aquellos rincones que anteriormente he mencionado. A nivel formal, los detalles de espacios urbanos vacíos sobre los lienzos se componen de varios elementos reunidos de manera armoniosa como el dibujo y la pintura, donde ninguno prima sobre el otro, sino que más bien se complementan. Así mismo. elementos como los baldosines que sufren el paso inexorable del tiempo, unidos a ciertas franjas u objetos que recuerdan que todo se convierte en basura después de cumplir su función, como los bombillos que aun-que no estén rotos, ya no alumbran. Las franjas de rayas o líneas de color contrastante son las que se encargan de devolvernos a la actualidad, de crear espacios de tensión dentro de la obra y de romper con la tendencia monocromática.

Marcela Medina ARTE EN COLOMBIA N° 77

El cielo roto cae desde la ducha Son 14 cuadros. Y si esta exposición, o mejor, si Ivan Rickenmann quisiera entrar como artista al circuito de las instalaciones y los performances, ya tendría todo resuelto: podría colgar sus cuadros en las duchas de una piscina, podria hacer un video-arte con la baba y el polvo húmedo y negro a los lados de las baldosas de baño, podrí armar una ducha en el centro de la sala y enjabonarse desnudo en la inauguración, podría, ahí mismo, fingir un suicidio y dejar que la sangre bajara por el sifón, podría..., podría hacer mu-has cosas, pero afortunada-mente no necesita hacerlas. Los 14 cuadros repiten una sensación. Un tema. Y ese tema tiene sonido (un gorgoteo continuo que de vez en cuan-do se interrumpe por la espuma atascada en los bordes de los sifones). En Cielo roto, este es el nombre de la serie, Rickenmann, reflexiona -con una extraña mezcla de humor y pesimismo, que también se puede leer como una nota de existencialismo- so-bre el lugar al que finalmente todo el mundo va a parar después de muerto. Rickenmann extrapola el cielo a la ducha. A los baños. En cada composición el artista insiste en el amarillo, -podría ser el sol-, el azul de las baldosas -el azul del cie-lo- y los grises bordeando ca-da cuadro -nubes negras en la existencia-, en medio de este universo, Rickenmann, con una buena demostración de técnica (hiperrealista), ubica en lugares estratégicos las tapas de los sifones de baño. Y explica: "ese, al fin y al cabo, es el fin último de las cosas, hasta donde llegan las cosas". Una metáfora. En el momento en que Rickenmann habla de esta exposición, repetidamente, insiste en la palabra escatológico. En el universo cotidiano y de cómo en algunas pinturas se rescatan estéticamente objetos tan anodinos como las bombillas. Anota otras claves y habla -con cierto morbo- del mugre de las baldosas. "Al principio, estaba pensando era en las baldosas de los hospitales”. Sin embargo, el contraste más interesante de esta exposición es que, a pesar de todo este fondo trágico, los cuadros vibran en las paredes. El azul aguamarina que domina cada obra, y el amarillo que aparece de vez en cuando, provocan una sensación de alegría que, poco o nada, tienen que ver con el túnel fétido de las cañerías. Ese parece ser el juego: Uno de los cuadros tiene un sifón destapado, y su fondo no es oscuro, es tan azul como el mar de Jamaica.

Fernando Gómez, EL TIEMPO, OCTUBRE 12 DE 1998

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