(...) Su obra es heredera de la desfachatez del arte Pop, de su interés en los objetos de supermercado, aunque también permite entrever algo del absurdo surrealista puesto que no es la lógica la que respalda la decisión de otorgarle protagonismo artístico a elementos tan comunes, sino la libre asociación, la asociación poética y onírica promovida por este movimiento. Los cables, inclusive cuando se encuentran representados, producen, además, cierta aprensión, cierta intuición de peligro que se incrementa con los tableros, conectores, y demás elementos eléctricos que ocasionalmente los acompañan, no siendo extraño que su presentación en manojos o racimos verticales, haya traído a la memoria a la Medusa, esa especie de monstruo femenino de cabello de serpientes que volvía de piedra –¿o electrocutaba?- a quienes la miraban.
Pero no es peligro sino humor lo que transmiten sus pinturas, agudeza como testimonio y como metáfora de la vida actual modelada por el diseño industrial y la tecnología y atrapada en todo tipo de redes físicas y virtuales. La obra de Rickenmann ha ido consolidándose, adquiriendo un carácter definido y particular así como los atributos de un lenguaje plástico propio y elocuente. En ella han comenzado a evidenciarse propósitos de gran aliento y de alcances imprevistos; algo así como una autonomía de vuelo cuyos confines aun no se vislumbran.( ...)
Eduardo Serrano, 2010